Pero digo que el regocijo me acompañaba y es cierto, aun cuando me tocaba pasar horas esperando que el paso del arroyo se secara un poco para que el carro o el camión en el que se viajaba, pudiera despegarse del lodo y ponerse en marcha otra vez. Alegría al conocer y reconocer aquellas trochas en el desierto que, adornadas de cardones, trupillos y la flora especial del desierto, me permitía recordar las historias que había escuchado sobre los acontecimientos sucedidos en la época de los ancestros e imaginar que las leyendas eran ciertas y que en algún momento aparecería cualquiera de esos personajes.

La distancia entre Uribia y Nazaret, no la conozco en kilómetros, pero en tiempo, calor, sudor, arena y paisaje estremecedor sí que lo sé. Años viajando por esas trochas convirtieron esa parte de mi trabajo en motivo de regocijo que aumentaba en cada ocasión. Saliendo de la Capital Indígena a las 6 de la mañana, se está llegando a Nazaret a las 2 o 3 de la tarde si no se ha tenido percances. Pero si ha llovido y los arroyos se interponen, se puede amanecer en el camino.

Los paisajes del desierto son hermosos, son horas y horas sobre las trochas que apenas se distinguen a los ojos de los guías, trozos de bosque árido, en los que saltan los cardenales o pájaros llamados Rey Guajiro por su cresta de rey. Cada vez se goza más el paisaje a medida que se descubren detalles. Emociona cuando se ve en la distancia la orilla de mar o los cerros de Jarara, Cocinas, Carpintero y bien al norte la Macuira, se puede admirar el contraste de la arena con las rocas de granito o el color del mar.

El origen del nombre también es interesante y es que el cerro tiene gran cantidad de hojas de tabaco de las cuales se extrae una pasta llamada Macuira que era utilizada por los médicos wayuu para curar diversas enfermedades. Otras versiones hablan de una planta llamada maküi, de allí se derivaría el nombre. El maküi es una especie de maguey con cuya fibra antiguamente se hacían guaireñas (alpargatas o cotizas), chinchorros, trajes y sombreros que se comercializaban con las etnias del sur. En la Serranía se puede encontrar, además, muchas plantas medicinales y comestibles que son utilizadas para la sanación espiritual y corporal.

En esta contemplación del paisaje, sorprende lo que se alcanza a ver en la lejanía. Ya cerca de llegar al piedemonte, se puede observar en el complejo montañoso algo diferente y extraño. Me refiero a una mancha de dunas de arena rojiza que contrasta con el verde de la vegetación. Es el Cerro Aleewalu´u, está ubicado en la parte baja del cerro de Iitojut, hacia el Oeste de Nazaret. Se caracteriza por sus pequeñas montañas de arena.

Las dunas de Nazaret son espectaculares por muchas razones: el contraste entre el verde de sus alrededores, la religiosidad con la que los habitantes de la sierra miran este complejo sitio que está fuera de lugar, el carácter sanador que le atribuyen a través de la tradición ancestral, los tesoros que dicen tener entre sus arenas.

La curiosidad era muy grande y busqué entre las participantes del proceso, quien quisiera acompañarme a conocer esas dunas más de cerca. Resultó quien con alegría contagiosa me invitara a caminar hacia el cerro. En fin, la experiencia de llegar hasta allí a pesar de ser una caminada larga, calurosa y pesada, fue emocionante por el paisaje recorrido, la vegetación exuberante, los ranchos de sus habitantes con la tipicidad de la Guajira, hechos de barro y yotojoro (corazón de cardón), las cabritas juguetonas que corrían entre los caminantes y alcanzaban las arenas de los médanos para jugar entre las dunas.

Pero tiene además otra característica especial, ya que es un médano sagrado que deja bendiciones a sus visitantes y en algún momento premia a alguno de ellos ofreciéndole kakuunas o “tumas” que son las piedras preciosas para los wayuu y que, según las historias, en ese lugar los antepasados Arahuacos víctimas de una epidemia arrasadora, enterraron sus tesoros en vasijas de barro.

 

Y una característica más y es que su poder sagrado sanador, alivia a los enfermos de mal de ojo que llegan a visitarla.

También aquí como en tantos sitios de La Guajira, se encierran misterios, leyendas y mitos que infunden respeto a los habitantes de sus alrededores y a quienes visitan conscientes del sitio que pisan. Los wayuu que rodean los médanos aseguran que sus ancestros permanecen allí y que por eso hay que llamarla Mma Pülasü que significa “tierra sagrada y misteriosa.”

La colección de seres mitológicos que parece son habitantes de estos cerros, es muy amplia. El imaginario popular en donde se mezclan las creencias aportadas por la tradición con las leyendas importadas a través de los conquistadores que por allí pasaron, tiene las versiones conocidas también entre los arijunas (no wayuus) como la pata sola, la llorona, el mohán, los ogros comeniños, los duendes gozones, los demonios asesinos, los pigmeos, los fantasmas luminosos, las brujas chupasangre etc. Cada uno de estos seres y muchos más tienen su propio nombre y detalles sumados con el tiempo y las historias de apariciones que se heredan en las conversaciones de los viejos.

Así encontramos en los diálogos sobre estos temas con ancianas de aquellos cerros, que Püloui, quien es un ser multifacético, peligroso, pero también bondadoso, demonio y ángel a la vez, es el guardián de las sagradas Serranías de la Macuira, de los montes, de los animales y de los caminos conjuntamente con los a’kalakui (pigmeos), sus ayudantes.

También me contaron sobre el Waneetu’unai que analizándolo corresponde a una versión de la patasola, pero masculino. Este ser de color castaño claro y con una fuerza descomunal, que camina cuando el tiempo está nublado es aliado de Püloui, aunque es considerado como el menos peligroso de todos sus emisarios sobrenaturales.

Cuando, Uds., mis amigos visiten la Macuira y se lo encuentran en el camino a los médanos, no se asusten porque es indefenso, pero lleve a mano un regalo para que se entretenga. Puede ser un espejo, un tabaco o pañuelo, unas cotizas. Si no realiza este pequeño gesto, Waneetu’unai lo desorienta de su destino y lo conduce por el camino que lleva a la casa de Püloui y el resultado de lo que suceda allí se desconoce.

Es tan interesante este tema de los seres fantasmales que vagan por los montes de la Macuira, que quiero dedicarle una crónica aparte. Ya veremos. Por ahora dejemos así y observemos con gozo las fotos que son una belleza. Fueron registradas durante la caminada de más o menos una hora y media desde Nazaret. El calor respetable, entre el bosque árido y falda arriba. Pero mil veces se justificó el esfuerzo. El espectáculo de las dunas es estremecedor. Lo repetí varias veces después. Hasta pronto.

 

Por: Ángela Botero Restrepo