La piangua es uno de los elementos más conocidos de la cocina de la Costa Pacífica. Su sabor único la están perfilando como un plato exquisito y costoso en el interior, despues de ser por siglos una de las fuentes de proteína más importantes de la dieta regional.

Se trata de un molusco, su nombre técnico es Anadara tuberculosa, que vive en el manglar pegado a las raíces de este árbol típico del litoral. Al bajar la marea, las raíces quedan al descubierto y la concha puede ser recolectada. Se calcula que 30.000 familias del Litoral basan su sustento económico en esta pesada tarea.

Magnolia Ordóñez es una de ellas que vive de ese oficio el cual tiene una muy baja remuneración porque gran parte del valor comercial de una libra de piangua queda en manos de los intermediarios.

 

La diferencia en dinero de lo que recibe Magnolia en el muelle por los kilos de concha que entrega y lo que paga un comensal por un plato de piangua es demasiado grande y da grima que este oficio raye en explotación por esa abismal diferencia. En el año 2009 se reunió Magnolia, que le gusta trabajar en grupo, con otras 15 compañeras desplazadas del conflicto armado y fundaron en Tumaco a „Raíces del Manglar“, una asociación que pretende capacitar a estas mujeres en temas afines al manglar como el turismo, la gastronomía o las atrtesanias y así defenderse de la dependencia de la piaunga, pero no saliéndose del manglar. Hoy en día son 45 las mujeres asociadas que han visto un cambio en sus vidas.

Magnolia es madre y abuela, jefe de una numerosa familia, que cuida y defiende. Como mujer pragmática sabe que el trabajo digno y bien remunerado es la clave de un cambio. Y también sabe que el manglar, su hábitad, está amenazado y que es urgente que se cuide. Ella no señala a actores externos como una solución, sino ella misma y su asociación, a la medida que les es posible, asumen esa protección.

Es ella una ecologista integral que entendió la importancia del medio ambiente, no por videos, cursos, libros, medios de comunicación o profesores universitarios, sino por vivir asombrada de su entorno. El afecto que ella siente por su duro trabajo, por el mar, el manglar y sus riesgos, la hacen llegar a conclusiones de trascendencia.

Magnolia dice: “El día de una mujer conchera es arreglarse desde muy temprano, dejar todo organizado; dependiendo de las aguas se levanta a las tres de la mañana dejando todas cosas en la casa listas para que los hijos o los nietos puedan comer. Deja su casita bien para encontrarla bien, que no se queme. Luego se pone sus botas, para una agüita para tomarse un café caliente o agua tibia de hierbas aromática, luego se pone sus botas y ropa larga, toma su bracero; acomoda el sahumerio que le va a llevar al manglar porque a él le gusta que lo perfumen, que lo consientan con esos perfumes con olores ricos. Ver que el motorista esté listo con la canoa y el motor. Llegamos allá, inspeccionamos el sitio porque hay muchas cosas que revisar, como toparnos con una culebra”.

La postura de esta mujer trabajadora y entusiasta ante la vida, que a pesar de haber vivido una guerra no ha perdido la fe en sí y la humanidad, es admirable. Ella, si bien fue víctima y terstigo de graves injusticias que solo suceden a la sombra de los fusiles, habla con convicción de trasformar por medio del trabajo el mundo.

Magnolia sueña en voz baja con un mejor Tumaco, lo hace así porque ella es discreta y sabe que las cosas tienen su tiempo y no va a perder nunca la fe en que el bien primará.

AMAICA