La prostitución, vista desde un ángulo económico, maneja el componente de la pobreza, ya que se le asocia con mujeres que no tienen otra mercancía que vender que su cuerpo. Son mujeres que no tuvieron oportunidad de formarse académica o técnicamente, debiendo recurrir a vender sexo que es una mercancía que en un mundo machista siempre tendrá demanda, sabiendo que habrá quién demande y quién oferte sexo por dinero.

Con las tecnologías digitales entró un nuevo “producto” al “mercado”: mujeres que ante una cámara en vivo se desvisten y complacen al cliente quien sigue sus movimientos por medio de una cámara conectada a su dispositivo que puede ser un celular o un computador.

Técnica y legalmente esto no es prostitución a pesar de existir desnudez, y eso porque no se consume el acto sexual al no haber penetración real, o sea los dos partícipes de esta “venta” pueden estar a miles de kilómetros de distancia y solo se ven y solo se oyen.

Para muchas mujeres esta actividad puede ser una excelente entrada que solo requiere de un computador con cámara y conexión a internet, fuera de una habitación decorada con un espejo de buen tamaño para que el solicitante de sexo digital tenga una experiencia lo más completa posible.

La monetización se maneja por medio de una plataforma que conecta a la ofertante y el solicitante; mide el tiempo consumado; cobra la tarifa y le paga su porcentaje a la mujer. Este negocio es la evolución de las líneas calientes en los teléfonos, donde igualmente se cobraba por una experiencia erótica inducida por una conversación. La WEB CAM ofrece, al amparo de la cámara, una experiencia más densa y rica porque no solo se oye, sino se ve la mujer tocarse sus partes íntimas o quitarse su ropa interior.

Este tipo de trabajo recluta “operarias” jóvenes, porque la juventud es sinónimo de hormonas que mueven lo erótico convirtiéndose en una amenaza para el desarrollo de las mujeres jóvenes que en ese momento se deberían formar en un oficio o estudiar una profesión. Los dineros posibles de ser ganados hacen de esta actividad un oficio excesivamente lucrativo que obstruye en demasiados casos el interés en formarse y prepararse para la vida, y así poder cumplir un papel dentro de la sociedad.

El anonimato del internet garantiza que el escarnio público no se aplique a esta actividad. Un nombre código impide la identificación de la mujer, y que un vecino de su cuadra sea su cliente y la reconozca, es una casualidad que casi nunca se presenta. Es tan discreto ese trabajo tan expuesto y desnudo que el novio puede ser burlado y nunca enterarse qué hace su novia a tales horas.

Decir que se trata de una explotación sexual se ajusta a este caso, porque detrás de un buen pago solo se esconde una vida reducida a una sola expresión: lo sexual. Y también resalta que el mercado laboral es magro, y los empleos agotadores y mal pagos son los que abundan y que este tipo de actividad mejora las entradas de una mujer joven, pero es otra tentación que absorberá mujeres buenas enseñándoles a coger un atajo creyendo que están triunfando en la vida.

Clara Inés García Vivas