EL ENCIERRO DE LA DONCELLA

Las niñas wayuu pasan la infancia entre el trabajo ayudando a los quehaceres cotidianos de la ranchería (cargar leña, buscar agua, cuidar a sus hermanitos) y jugar con las “wayunkeras”. Estas son muñecas hechas de barro por ellas mismas. Les hacen vestidos, chinchorritos y otras prendas. Es el tipo de juegos corrientes en la infancia de todas las etnias y grupos sociales.

Otra circunstancia común a muchas familias, también entre nosotros los arijunas (no wayuu) sobre todo en tiempos pasados, es el escuchar las recriminaciones para las hijas acerca de sus comportamientos sumadas a la cantaleta sobre el castigo que les llegará por sus travesuras o desobediencias (“espera que llegue el “blanqueo” y vas a ver”) las niñas viven con una constante amenaza y expectativas. Para muchas de ellas, en su tiempo, eran desconocidos los sucesos que vendrían. Ahora en los colegios las estudiantes reciben la información oportunamente.

Entre los 12 y 14 años se cumple la amenaza: la primera menstruación. Para algunas de las participantes en el taller donde se tocó el tema, el arribo a una nueva etapa de la feminidad, no fue algo aterrador porque ya tenían noticia de lo que sucedería, para otras, el desconcierto y pánico con lo que les acontecía, fue relatado entre risas y lágrimas. Se narraron muchas anécdotas, algunas de ellas simpáticas y otras de verdadera tragedia. La confusión, las hacía creer que se trataba de un accidente o una enfermedad, y esto las llevó muchas veces a guardar el secreto con interrogantes e imaginarios que llegaban a convertirse en cargos de conciencia y complejos de culpas inexistentes, hasta que una persona mayor descubría el malestar y les explicaba.

Durante las reflexiones era evidente la trascendencia, para la cultura wayuu, de este suceso. El conversatorio dentro del taller, nos llevó a tocar el tema del encierro.

La razón fundamental del rito de iniciación en la mujer, tiene que ver con la característica matrilineal en la cultura wayuu. Hay una supremacía de la mujer en la etnia, es el centro de la familia, la formadora. Las madres y abuelas preparan a las niñas desde muy temprana edad sobre la importancia de ser mujer para que en cierta forma comprenda lo que el encierro significará.

Este es, entonces, el paso de la pubertad (jimoot) a la adolescencia como una mujercita en ciernes. Durante esos meses, ella aprenderá de mano de su abuela, los valores, costumbres y comportamientos femeninos que sostienen la cultura wayuu.

La práctica del encierro es muy antigua. Se presume que viene desde los orígenes mismos de la organización de la etnia wayuu en el territorio guajiro.

En ese entonces, la niña era rasurada totalmente y permanecía encerrada hasta cinco años, cuando salía hecha una mujer adiestrada en todos los oficios y trabajos que le permitieran desempeñarse con solvencia como esposa y madre y señora de su futuro hogar. Pero ahora, esa tradición ha cambiado en algunos detalles, como el tiempo de duración debido al compromiso de las niñas con la asistencia al centro educativo y sus tareas escolares. Además, las prácticas y el espíritu juvenil, hace que en muchos casos las niñas se avergüencen de esa costumbre. Si obedecen y aceptan el encierro, es por respeto a la cultura que sus mayores quieren conservar. Para muchos arijunas (personas no wayuu), esta práctica puede ser además de obsoleta, cruel e inhumana; pero en medio del taller surgieron argumentos que contradicen plenamente a quienes puedan utilizar esos términos, ya que es el tiempo y la forma para que la joven aprenda también las técnicas del tejido, hasta las más complejas. De tal manera que la abuela le comparte todos sus saberes para que termine siendo una excelente artesana capaz de tejer mochilas, shirás (mortajas), aperos de caballo, adornos de cabeza y pueda manejar un telar para elaborar los chinchorros dobles, de tripa, de doble faz y en fin todas las preciosidades que han hecho famosas a las wayuu. Además de formar el carácter valeroso y digno por el que se distinguen estas mujeres y que la capacitan para enfrentar los retos de adulta.

¿Pero qué es propiamente la asurula también llamado “encierro” o “blanqueo”? Tan pronto tiene conocimiento del sangrado de la niña, la madre, abuela o tía materna mayor, cuelga en una casa dedicada a ese ritual, aparte del hogar, un chinchorro muy alto, pegado al techo, con absoluto aislamiento y disciplina, la niña debe permanecer durante cuatro o cinco días sin alimentación. Solamente puede tomar agua y bebidas de yerbas que, según los médicos ancestrales y conocedores de botánica wayuu, tienen el efecto de favorecer la piel, los músculos y los órganos de la niña, preparándolos para el futuro, previniéndolos de flacidez, debilidades.

Durante el periodo de encierro, las mujeres no pueden ser vistas por los hombres y la alimentación tiene que seguir una dieta vegetariana estricta acompañada de tisanas de jaguapi que, según las creencias tradicionales, previene el envejecimiento. Como alimento solo comen mazamorra y chicha, sin azúcar y sin leche; nada de comidas que tengan grasas. Todo esto con el fin de que la niña sea una mujer con un buen estado físico. La reclusión incluye tres baños al día y uno de luz de luna a la madrugada, ya que para los wayuu el frío ayuda a sacar las impurezas y los malos pensamientos. No puede ser visitada por ningún varón, ni siquiera por sus hermanos.

Después de los días críticos del sangrado, la niña es bajada, bañada y cambiada con ropa nueva (la ropa usada se regala o se quema) para una vida nueva; se le corta el cabello y empieza el “encierro” propiamente dicho. Durante un período variable, según las condiciones que se presenten, pero que oscila entre 6 meses y un año, contados en lunas, soles y noches, a veces más tiempo La niña permanece recostada en un chinchorro, descansando y recibiendo la formación que las mujeres mayores de la familia le ofrecen: normas para el comportamiento en la vida de mujer (control de natalidad, cuidado durante el embarazo y técnicas eróticas), principios y valores para asegurar su feminidad y pudor y hasta técnicas para preparar medicinas. Le inculcan valores como la honestidad, la solidaridad, el respeto y la capacidad para convertirse en mediadora ante conflictos en la familia, pues ese será su rol principal dentro del núcleo afectivo durante el resto de su vida. A las mujeres que no son encerradas se les considera mujeres díscolas y desjuiciadas por no haber recibido la formación para ser dignas y respetables y entonces se reduce el valor de la dote que se podrá exigir por ella.

Nos ocupaba, durante el taller, reflexionar sobre la formación moral que va acompañada de la capacitación en el arte del tejido. Esta se inicia con la advertencia: “mujer que no teje no es mujer”. El prestigio, valor y dignidad se cifra en la perfección de su labor, además es la tasa de la dote que podrá exigir su familia para cuando encuentre pretendiente, en buena parte, el valor tendrá que ver con su habilidad como tejedora. Si ha aprendido a tejer chinchorros, fajas para caballos, kanás y otras prendas de difícil elaboración, será una valiosa candidata para el matrimonio. Tendrá la adolescente que asumir, sin embargo, que al salir del encierro ya no podrá jugar, reír o coquetear con cualquier hombre, ni mantener los comportamientos propios de una menor que ya debió dejar atrás.

La familia de la niña da por terminado el encierro cuando considere que ella está preparada para casarse. En esta sociedad matriarcal, los tíos maternos son los encargados de definir quién es el mejor candidato y cuál es el valor de la dote. Se prepara una yonna (fiesta) para ser presentada a la vida de adulta, se le baña y perfuma, se le colocan vestidos nuevos y el día señalado los tambores anuncian e invitan a los interesados en la majayura (jovencita) que sale de su encierro. Se baila la chicha maya, se ofrecen viandas de chivo preparado (friche) y chirrinche (aguardiente artesanal, destilado en casa).

Durante la fiesta se puede llegar a un ‘arreglo’ con alguno de los hombres pretendientes. La dote está compuesta por animales, dinero, collares (hechos de tumas y aros de oro, la tuma es cierta piedra semejante al cuarzo, semipreciosa de color rosado), ron, algodón y lana para las mujeres de la familia. Una vez se ha pagado la dote, el proponente tiene derecho a quedarse a dormir con la mujer, pero es muy importante que ella sea virgen. Se irá al amanecer y regresará periódicamente hasta que se la lleve a casa de sus padres. Durante su encierro, ella ha tejido el chinchorro nupcial, los arreos para el caballo de su futuro marido, el “shira”, y otras prendas que le obsequiará al esposo.

Los wayuu valoran profundamente su cultura y están conscientes que no la deben perder, por esto tiene tanta importancia mantener el ritual del encierro, pero no por eso dejan de permitir algunas comodidades de la cultura occidental y en estos últimos años que se ha avanzado tanto con la técnica electrónica, la gente joven ha recibido en los internados y escuelas,

los conocimientos para manejar celular y cámaras digitales, pero mantienen su lenguaje y sus creencias. Es muy corriente, entonces, que después del encierro la majayura regrese a su centro educativo y espere que el proceso de su “pedida de mano” concluya positivamente para que su familia tase y reciba la dote y ella se comprometa o si por fuera de su casta se enamora de un arijuna, como también sucede, se comprometa con él ya que las nuevas generaciones wayuu, afirman que los de su raza “sólo saben dar órdenes”. Una reflexión que debe cuestionar a los varones.